Digamos que la historia comienza aquí, en una mesa a la hora del desayuno con dos personas sentadas, un tipo joven y el cadáver de una chica con los ojos vendados.
Se la pasa todo el día fuera. Al volver a casa sólo le queda recordar. Con tanta soledad es fácil volver al pasado.
Recordar, recordarla.
Volver al hecho de que él la mató. Él y sólo él, casi como creyéndose Dios. Poniéndose a la altura quizá de quien les habla o creyéndose un poco más alto.
El arrepentimiento lo consumía pero no era capaz de demostrarlo, no en frente de su cadáver.
Después de llorar se va a dormir, no sin antes recostarla en el otro lado de la cama y repasar cada día la idea de estar tan cerca, pero tan lejos.
Buenas noches.
Desde aquí solo Dios (y hablo de mi y del verdadero) sabe que la venda en los ojos cambia de personaje y se repite la historia, con menos testosterona, pero más corazón.
